miércoles, 30 de noviembre de 2011

Lopito Acosta


Hijo de Lope Acosta, Lopito fue un aficionado muy querido, y un apostador de los que más daban ambiente a las peleas de gallos en el esplendoroso Valle de Aridane.
Era tan gallista al cien por cien, que hasta casó con una hermana de Adelino Acosta, otro nombre señero de los gallos en aquella tierra. Así parecían conjuntarse las dos aficiones rivales: Tazacorte y Los Llanos.
Cuando le preguntamos por Lopito, hace unos días, a Arquímedes Acosta –bagañete en La Laguna de Tenerife–, los elogios salieron en cascada: “gran persona”, “muy noble”, “apostador pero nunca peleón”, “nunca ofendía a nadie”, “hombre de corazón”, “buena gente”, “tan querido en Tazacorte como en Los Llanos”...
Esta era su imagen habitual: campechano y con su sombrero. Y aficionado con locura a los gallos. Murió joven, pero vive en el recuerdo de todos los aficionados que lo conocieron.

Arrecife, años 50


Cuando visité Lanzarote para documentarme sobre el rico mundo gallístico de aquella incomparable isla, recibí el apoyo decisivo de Pedro Chacón, aficionado fuera de serie, que me facilitó, ampliadas, muchísimas fotografías luego insertadas en el DGC. Otras, por diversas razones, quedaron guardadas en mis carpetas, y de ellas las más interesantes las comienzo a sacar hoy en esta página.
La más antigua es esta. Pero por desgracia no tomé nota del lugar ni de los presentes. Sin duda es por fuera de una gallera, probablemente la del Sur, donde soltaba los gallos el gran don Tomás Armas Doreste, o sea don Tomás Chacón, padre del citado Pedro Chacón. Es, a mi juicio quien aparece entre el aficionado de la boina y el gigante que saluda con el sombrero. De resto, solo sé que el aficionado sentado en el bordillo de la acera es Domingo Rodríguez Noda.
¿Y el gallo? Solo se ve una bola confusa, pero sin duda se trataba de uno de los grandes gallos de la época.
Si tuviéramos a mano al amigo Aureliano Negrín, mucho sabríamos de esta foto. Cuando se la mostremos, volveremos a publicarla con más información.

Arrecife, 27 de marzo de 1955


En esta temporada, Juan Jorge se desquitó de Alejo, ganándole por 12 riñas. Pese a la diferencia, la temporada estuvo a la altura de las anteriores, y no hubo críticas a la labor de Alejo, al menos en la prensa, donde Cañera (sin duda Guillermo Topham) informaba desde las páginas del periódico lanzaroteño “Antena”. La cuida fue buena por ambas partes, pero Juan Jorge tuvo unos cuantos gallos de bandera que marcaron la diferencia.
Si el gallo de la temporada fue un sensacional giro norteño de Villegas (a nombre de Federico Coll), ganador de 5 riñas, no hay que olvidar la presencia, también en las huestes de Juan Jorge, de uno de los más extraordinarios artistas que han peleado nunca en aquella isla: el glorioso Macarena. En esta cuarta jornada subieron a la valla ambos fenómenos, en las dos últimas riñas, dándole el triunfo por ventaja a Juan Jorge. El Norte llevaba 1 riña y pasaba pues a sumar 2.
Cañera comienza así su crónica: “Una cosa creemos necesario señalar antes que nada para satisfacción de ambos cuidadores. El excelente estado de preparación en que fueron presentados todos los gallos. Y si esta vez ganó el Norte, no es menos cierto que lo mismo pudo haber ganado el Sur. Por eso opinamos que en este caso, y en justicia, el mérito cabe distribuirlo por igual entre vencedor y vencido. Nuestra enhorabuena, pues, a ambos, Juan Jorge y Alejo Yánez, que están demostrando ser dos buenos cuidadores”.
Las tandas fueron excelentes, con 10 gallos peleados y cuatro pollos que estuvieron a la altura, y por todo ello Cañera considera la jornada “la más brillante de cuantas se han celebrado en los últimos años”.
Obsérvese que Juan Jorge solo peleó un gallo lanzaroteño (el Macarena), mientras que Alejo solo subió a la valla uno de fuera: el colorado de don Nicolás Díaz de Aguilar. Por el Norte pelearon tres gallos de Gran Canaria (don Ramón Rodríguez, don José Hernández López y don José Villegas), dos de La Palma (el de Ramos Ferraz y el quinto) y uno de Tenerife (el de don Adolfo el tejinero). De los seis gallos que el Sur peleó de don Andrés Fajardo, solo ganaron dos.
El melado de don Ramón Rodríguez hizo una pelea brillante, ganando en 5 minutos, al hacer coger varillas al giro.
La segunda fue la única mala, pero en la tercera se vieron frente a frente dos buenos espadachines, particularmente el giro de don Andrés Fajardo, que “cada vez que levantaba las patas untaba las espuelas, aunque dio muchos menos tiros que el norteño. Este era más activo y peleador (¡cómo se le atravesaba!), pero, sin embargo, hubo de coger las de Villadiego a los 5 minutos, ante la contundencia espolera de su contrario”. Empata Juan Jorge en la siguiente con el colorado de Hernández López, y Cañera aprovecha para hacer un juego de palabras: “Al bayo super-Cava no lo dejaron ni resollar. Con poco ruido, pero con muchas nueces, el colorado le fue diciendo con sus espuelas: ¡acábate! y sacavó”.
La quinta fue la más rápida: en 26 segundos, el extraordinario pollo de don Nicolás Díaz Aguilar –ya sabemos que Alejo era un maestro preparando pollos– “despachó al colorado norteño, al inferirle una tremenda puñalada de cuello, remachándolo seguidamente con un acertadísimo y oportuno golpe de ojo y sentido”. Guillermo Topham hace un comentario sobre los buenos gallos que está sacando este histórico casteador grancanario.
La sexta dejemos que nos la cuente el cronista:
“¡Qué riña, señores! ¡Ha sido algo verdaderamente maravilloso! Dos gallos extraordinarios que nos brindaron la pelea más espectacular habida en Lanzarote hace años. Es primero el Villegas quien hiere fuertemente al sureño para este replicar inmediatamente con un par de venenosos tiros que degüellan al giro, haciéndolo cantar. Nuevo y acertado tiro del colorado y espectacular rebatida del Villegas, que acabó con su rival. Ensordecedora salva de aplausos del público y presencia en la valla de Juan Jorge, que fue entusiastamente ovacionado por sus seguidores. Sin quitar méritos al del Norte, nos gustó más el del Sur. Nuestra felicitación a los casteadores, don Andrés Fajardo y don José Villegas”.
Obsérvese en este relato cómo el cronista dice “un Villegas”. Es el único caso de todos los tiempos en que se habla de los gallos de un casteador de esta manera. En La Palma se habla aún hoy de “los Villegas” que pelearon legendariamente en el partido de Los Llanos hace ya casi medio siglo.
Quedaba la decisiva, pero poco podía hacer Alejo ante nada menos que el Macarena, en su segunda gran victoria. Escribe Cañera: “El giro norteño volvió a demostrar que es un gran gallo. Al principio recibió uno buenos crochés del colorado, pero en seguida, en un alarde de eficiencia espolera y ardor combativo, fue aniquilando a su rival hasta dejarlo descuartizado”. Aún ganaría cinco peleas más.
Otros casteadores que tuvo este año el Norte fueron Juan Arrocha, Aquilino Fernández, Casto Martínez, José Reguera. Y el Sur, Andrés Cabrera, Rafael Ramírez, Emilio Sáenz, Gregorio Toribio.

Una carta de Andrés de las Casas a Francisco Dorta




Seguimos avanzando con la publicación de las cartas a Pancho el Músico, suerte de apéndice al estudio biográfico que le dedicamos en forma de libro hace unos años.
Andrés de las Casas y Casaseca era un palmero residente en Las Palmas. De temperamento exaltado, debió de ser una persona de cuidado, por lo que nos demuestra lo que sabemos de él.
Escribía de gallos en la prensa como Diógenes y como X.X. En 1936 emitía en el “Diario de Las Palmas” dudas sobre la honestidad de Pancho. Espuelas, algo en las plumas: lo de siempre en las personas de ánimo venenoso. Inmediatamente, se dedica a ponerlo por las nubes en unos grandes artículos, muy interesantes. Pero el 24 de mayo de 1937 vuelve, ahora en “Falange”, a sugerir acciones inconfesables. Nuevo y definitivo bandazo tenemos en esta carta, cuando ya el Músico se encuentra en Tenerife y todos –trianeros y joselitos– lo recuerdan en Gran Canaria. Rectifica lo que había dicho y vuelve a poner a Pancho por las nubes, incluso condenando a los que (como él) han dudado de su probidad y grandeza.
Por otra parte, lo vemos sembrar cizaña con el chisme que le larga sobre Juan Lucas. Pero ni Lucas terminaría la temporada, sustituido por el Boyero, ni estas peleas entre Tenerife y Las Palmas acabarían por celebrarse.
De todos modos, la carta es interesante, y la nota periodística una pequeña joya.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Telde, 1978



Aquí tenemos una foto que ya es historia. Se trata de un momento de las peleas en Telde, concretamente en el Polideportivo Paco Artiles. Puede datarse en 1978 ó 1979, ya que estos fueron los dos años de Marcos Melián en el partido teldense. Por mi parte solo reconozco a Antonio Hernández junto a Marcos y, a la izquierda, con corbata negra, a José Navarro Calderín.
José Carlos García Artiles, al verla en Las Palmas, detectó a otros aficionados, todos de Telde: Maestro Andrés, Manuel Amador, Artiles, el Silopo, Sarmiento Naranjo, varios apostadores. Está retratado aquí, en sus palabras, “el Telde profundo”, en unos años que ya comienzan a parecernos demasiado distantes. En la parte contraria de la foto debía encontrarse la afición de Las Palmas o la de Arucas, ya que estos años se hacía un triangular.
Marcos contó en estos dos años con muy buenos gallos de Carlos Corpas, Álvaro Brito, Francisco Pérez Báez, Miguel Galván, Nicolás Suárez, Ángel Machín, Antonio Hernández, etc.
Esperamos de aquí a unas semanas identificar a muchos de los aquí presentes. Sin duda que el amigo Marcos podría localizarlos a casi todos.

Circo Cuyás, 9 de mayo de 1954



En la temporada de 1954, se enfrentaron Pablo Amador por San José y Antonio Gutiérrez –discípulo de Pepe Palmero y maestro de Marcos Melián– por Triana. Fue una magnífica temporada, ganando el cuidador lagunero por 2 riñas, que es precisamente la ventaja que lleva tras el 4-3 de este domingo, el decimocuarto, que fue uno de los mejores, si no el mejor de todos. El aficionado que le envía el programa a don Florencio González le dice: “Los gallos de los dos partidos muy bien. Extraordinarias peleas. Gallos muy buenos”.
Las peleas duraron 19 minutos. Escribe Montenegro: “Tres riñas relámpagos en 4 minutos, y otras tres, las últimas, en 7. Lástima que desentonara la del centro, la cuarta pelea, al invertir ella sola 8 minutos, casi tanto como las seis restantes juntas”.
En las tres primeras liquidaron a sus contrarios el melado de dos riñas de don Antonio Falcón y el colorado del propio Montenegro (casteado con un gallo de Villegas, como dice Montenegro para, modestamente, no nombrarse) en 1 minuto, y el melado pinto de don Antonio Falcón en 2.
Las grandes peleas fueron las tres últimas. De la quinta, entre dos veteranos, escribe Montenegro: “Fue un gran combate, aunque también relámpago. En magníficas condiciones el trianero, peleando bien, dando medias vueltas y entrando a picar con maestría para disparar con toda potencia y afinación, hubiérase apuntado un triunfo más si no tiene que habérselas con gallo tan encontrado. Este se las sabía todas y le esperaba dispuesto a impedirle que se despachara a su gusto. Y así resultó que al minuto cae redondo al suelo el de Triana cogido de tijera. Fue una lástima que perdiera así, pero a su dueño le cabe la satisfacción de haberlo visto bregar en condiciones, en buena lid, sin mengua facultades. Y ya es bastante. Su contrario también tenía el mismo derecho”.
Este último comentario se explica porque Montenegro, al principio de su crónica, se ha quejado de que algunos gallos de Triana venían mermados de facultades.
Le toca ahora ganar a Triana, que establece el 3-3, tumbando además el colorado de 3 riñas de don Francisco Navarro al de 5 riñas de don Simón Doreste Estruch. Pelea pues muy esperada, y que no decepcionó: “Otro gran combate, de características iguales al anterior y que también tuvo que aplaudir el emocionado público. El gallo joselito, admirable peleador, dominaba a su contrario, zarandeándolo al principio, hasta que muy pronto este, también ducho en la materia, se atraviesa e impide los golpes enemigos. La refriega llegó al máximo de emoción cuando el trianero dispara con gran precisión y corta de vena, produciendo la gran hemorragia. El joselito entonces se manifiesta como gallo digno de las cinco victorias conquistadas y va al ataque con furia primera, segunda y tercera vez, hasta que su soltador, temiendo por su vida, salta a la valla y lo retira en medio de gran ovación, cuando habían transcurrido 3 minutos. Es que el gallo trianero es extraordinario y también tenía derecho”.
San José ha ganado las impares y Triana las pares. Todo se decide en la última, y la gana Pablo Amador, que ha llevado los gallos más regulares de cuida. Fue además la pelea de la jornada: “¡Vaya riña esta, caballeros! No puede pedirse nada mejor. ¡Qué tres minutos de emoción! Desde el principio, tuerto el joselito, y ¡de qué manera!, queda loco dando vueltas en medio de la valla. Su contrario continúa castigándole y le tiene ciego en pelea y malherido, consagrándose como gallo terrible de espuelas. El público le aplaude creyéndole ya vencedor. Pero el joselito no había dicho su última palabra. Estaba allí dispuesto a vencer o a morir, tirando siempre el pico en todas direcciones, hasta que en una de estas pilla y dispara con tal violencia y afinación, que su contrario, espantado, da un gran salto. Este se repone y vuelve al ataque, pero un tiro más del ciego y el trianero alcanza fuerte puñalón casi mortal. Entroncan enfurecidos los bichos y se disparan sendos tiros, como gallos no solo excelentes, sino en magnífico estado de cuido. Así da gusto. Uno había de llevarse la palma de la victoria y esta correspondió al fenómeno joselito, aunque su rival, herido de muerte, nunca quiso darse por vencido. Gran ovación”.

Una carta de Matías Guerra a Francisco Dorta, febrero de 1941



Don Matías Guerra era otro de los grandes aficionados del partido de Triana: casteador, soltador y presidente en la época del Músico, a quien tanto estimaba y admiraba. Trabajaba en la Junta de Obras del Puerto.
Aquí le comenta a Pancho la tercera jornada de la temporada entre el Picador y Juan Lucas, quien sería sustituido al final por el Boyero, ganando el Picador por 10 riñas. Hace referencia a un melado de don José Villegas por parte de San José y a un colorado por Triana de don José González Suárez (y por tanto un “payaso”). El melado peleó en la cuarta contra un colorado del Pichón, y la riña la comenta así Ele: “Los dos pasan bien, demostrando ser excelentes gallos. El melado es el primero en mojar las espuelas, pero el colorado no se amohína y castiga duro a su adversario. Este contesta y hiere mal al trianero, que pierde el pico y se queda cajeteando. El gallo de San José agarra dos tiros y pone k.o. a su mal enemigo, a los 2 minutos 17 segundos”.
El colorado de González Suárez, que venía por cierto a nombre del propio Ele (Daniel Navarro, o familiarmente “Cacharrito”) le gana a un colorado de don Fernando Caubín: “En los primeros tiros ponen de manifiesto ser dos grandes gallos y como tales se portan. La pelea se desarrolla a gran tren, revistiendo la máxima emoción un gran tiro del que dependía la vida de uno. El de San José, muy malherido, con un ojo de menos y el cachete partido, se defendía y hacía pasar al colorado tragos amargos. Este, que de entrada cojeaba, parecía que iba a sucumbir, dada la valía del enemigo y de sus tiros peligrosísimos. El colorado agarra dos tiros y pone fuera de combate al gallo del señor Caubín a los 4 minutos 19 segundos. Don José González Suárez fue felicitado. Grandes ovaciones.”
Nombra luego Matías Guerra a dos grandes casteadores tinerfeños: Tomás Barrios, sin duda refiriéndose a uno de sus colosales giros, y Guillermo Soto, compadre de Pancho. Ambos tuvieron unos pocos gallos, pero que tuvieron una descendencia extraordinaria, propagada por todas las islas. También conocidos en la historia gallística son Simón Doreste, Juan Díaz, José Déniz “el Pichón” y don José Lezcano (quien fue un buen amigo de Pancho, como se aprecia en las cartas que venimos publicando, donde nunca faltan los recuerdos suyos).
Interesante es la referencia al colorado de Antonio Rodríguez. Se trata del “Papero” o “colorado de las papas”, al que dedicamos una entrada en el DGC (pág. 141). En la temporada anterior había ganado tres riñas, y en la primera jornada de esta hizo una exhibición sensacional. Pero aún ganaría nada menos que tres riñas más, solo sucumbiendo en 1942 al ser desafortunadamente cogido de tijeras. Antonio Rodríguez se dedicaba al negocio de las papas, y era llamado “don Antonio el de las papas”.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Segunda carta de José González Suárez a Francisco Dorta



Otra carta interesante, esta vez sobre todo por mostrarnos la mecánica económica del Cuyás, y lo difícil que era mantener las casas de gallos incluso en aquellos tiempos de mucho público. Y siempre sin recibir un céntimo de las entidades oficiales. La afición a los gallos en Canarias se ha mantenido de modo verdaderamente heroico, por tradición.
Como ya dijimos en el comentario de la carta anterior, el Picador ganaría por 7 riñas en una buena temporada, aunque ya fuera imposible igualar a las del Músico, quien al final no iría a Las Palmas. Pero en cambio se organizaron unas peleas en Tenerife, preparando Pepe Palmero los gallos de Las Palmas y Pancho los de Tenerife.
La victoria del Músico fue arrolladora: 7-0, 4-3 y 4-3. Las tres jornadas se celebraron en el Cine Avenida de Santa Cruz de Tenerife. Reproducimos aquí el programa de la segunda de estas jornadas:


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Antonio Bolaños en acción

Un buen documental sobre la gallera de la Montaña de Gáldar, que lleva nuestro viejo amigo Antonio Bolaños, puede consultarse en youtube, buscando en google gallera de gáldar.

Mario José Robles, en La Espuela

La gallera de La Espuela ha contratado para la próxima temporada a Mario José Robles, mientras que el Norte repite cuidador. Recordemos que el año pasado Mario comenzó en el Norte, pero con un atraso, ajeno a su voluntad, de mes y medio. Perdió en las primeras jornadas, y el partido norteño, en un acto que no lo honra, le dio la baja en vez de asumir su propia responsabilidad. Este temporada, el gallero de Santa Úrsula puede desquitarse al mando del histórico partido de la capital, que siempre cuenta con aficionados entusiastas y que, aunque carezca del potencial del Norte, es capaz de hacer una buena temporada.

Un artículo de 1945 en “Canarias Deportiva”


Hemos encontrado este artículo hace poco tiempo. Por su gran interés histórico, merece conocerse.
Va dedicado a don Luis Guedes Caballero y a don Manuel Bravo de Laguna, el primero un gran aficionado joselito por esta época y el segundo quizás hijo del Manuel Bravo de Laguna que fue uno de los casteadores clásicos en Gran Canaria a fines del XIX y principios del XX. Manuel Bravo de Laguna aparece con grandes gallos en los años 40 en San José y luego en los 60 en Triana.
Algo exagerado parece lo que dice D. Güello sobre la duración de las peleas en los tiempos antiguos, pero sin duda que alguna base tendrá. El cambio debió producirse con la mejora en las espuelas, progreso que se debió a la presencia cubana.
De los gallos que nombra, unos conocemos y otros no. Una buena noticia es encontrarnos con la primera referencia periodística a Isidro Acedo, nombre que solo conocíamos por el artículo del archivero-bibliotecario del Ayuntamiento de Guía, Sergio Aguiar Castellano, aparecido en el periódico digital InfoNorte el 11 de septiembre de 2006. En él se nos transcribe una correspondencia sobre gallos de este aficionado, que era “uno de los hombres más ricos de la comarca de la época”; estamos en 1880. En el DGC habría que abrirle una entrada a Isidoro Acedo, nombrando su procedencia de Guía, esta correspondencia y el Atorrado.
Don Cristóbal Quevedo sí está en el DGC, tratándose de un notable médico de la época, que incluso creó un partido en 1900, peleando con San José (gallos suyos se enfrentaron a los del poeta Domingo Rivero). Tuvo un célebre colorado, al que hay que sumar ahora este gallino negro.
Don Nicolás Lezcano, espejo de aficionados, tuvo infinidad de gallos extraordinarios, y entre ellos conocíamos al Pata Rota, pero no a este giro verde. No debe tratarse del que, en 1908, perdió ante el célebre Canabuey del Droguero, pero sí pudiera ser el giro que en 1899 tumbó al Alas Blancas de Francisco Manrique de Lara. Giro Verde fue uno de los seudónimos periodísticos de Pedro Cárdenes, quizás en homenaje al gallo de Lezcano.
Otra buena noticia es poder sumar otro nombre a la lista de aficionados poetas: Esteban Gil. Ni a él ni a Roque Hidalgo teníamos registrados en nuestros archivos, aunque bien pueden estar en alguna lista de peleas reseñada en la prensa.
A la altura de don Nicolás Lezcano se encontraba el ya citado don Francisco Manrique de Lara. El Alas Blancas era uno de sus “pardos”, de los que ahora se nos dice que los mejores fueron Melchor, Gaspar y Baltasar. Por otras informaciones teníamos que Melchor, Gaspar y Baltasar no eran de la raza de los “pardos” sino de la de los “tigres”, pero no importa mucho, ya que ambas castas eran del mismo Francisco Manrique.
¡Qué tres nombres! Una vez más nos recuerdan que la afición gallística canaria ha estado llena de vitalidad y de buen humor.
Agustín Alvarado y el Brujo son grandes cuidadores antiguos. A Alvarado lo tenemos registrado en 1875 en el partido de San Agustín, en 1899 y 1900 en el de San José y en 1903 en el de San Juan. Este último año se enfrentó precisamente al Brujo, mítico cuidador palmero que estuvo en San José los años 1900, 1903 y 1904, pero que había estado ya en Las Palmas, precisamente en la gallera de Francisco Manrique, preparándole el primero de sus “bobos”, otra casta tan extraordinaria como la de los “pardos” y los “tigres”. Como se ve, Francisco Manrique, como podía ser don Saturnino en Tazacorte, sacaba no ya grandes gallos sino grandes castas.
También se nos aparece un nombre nuevo: Juan de León y Joven, cuñado de Francisco Manrique. En cambio, sí tenemos referencias de Salvador Castellano, gran aficionado a principio del siglo XX, peleando sus gallos o los de Las Palmas contra Arucas. Ahora se nos añade el dato de que entre sus gallos descollaron los “pájaros canarios”. (Por cierto que ha habido grandes aficionados a los gallos y a la vez a los pájaros, como don Gregorio León, Pablo Amador, Adolfo Santana, Palmerito II.)
Más nombres bien conocidos: Cayetano Arocena, Jacinto Bravo, Rafael Ponce, Tomás Delgado, Pacorrito, Adolfito. Novedades: el gallino y los “mocosos” de Guía, gallo y casta al parecer famosas, que merecen pues ser nombradas en la ya rica entrada de Guía de Gran Canaria.
D. Güello, que quizás sea Pedro Cárdenes, acaba recordando a los fantásticos “cabezaperros” que en los años 30 preparó el Músico. Gallos de mucha espuela, en efecto, que ganaban rápido, aunque también en la época “aristocrática” se daban, por supuesto, las peleas fulgurantes, pues de ello tenemos abundantes testimonios.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La novela del “Coloradito Pata de Pilón”


Gracias a nuestro amigo, el culto aficionado brasileño Écio Portes, hemos podido conocer una obra de la literatura brasileña de contenido gallístico. Se trata de “El coronel y el lobisón”, de José Cândido Carvalho (1914-1989), obra que es todo un clásico de dicha literatura, y que en nada resulta inferior al famoso “El coronel no tiene quien le escriba” de García Márquez. Fue publicada en 1964, habiéndose hecho de ella innumerables ediciones en Brasil, así como traducciones al alemán, al inglés, al francés, al italiano y al español. Manejamos la traducción al español publicada en Buenos Aires en 1974, con simpáticos dibujos de Appe.
“El coronel y el lobisón” es la novela de un personaje extraordinario, el coronel Ponciano de Azeredo Furtado, quien narra sus memorias, llenas de humor y fantasía. Natural de la Plaza de Campos dos Goitacazes, reside en sus posesiones del Sobradinho. De enorme estatura, muy corpulento, con barbas regias, nunca deja de fumar sus habanos “Flor de Oro”.
En el capítulo 6 es cuando irrumpe un pollito melado que, al traérselo a su presencia, no pasaba “de un montoncito de plumas ralas, cuello de línea, patas de palo, casi todo pelado”. El coronel porfía en hacer de él “un bicho famoso” y le toma un afecto que el pollito le retribuye. “Vivía cerca de mí, como perro en los talones del sueño. Donde yo estuviera, allá estaba él, cacareando, orgulloso de su padrino coronel”.
“En dos meses de maíz y buen pasar, el pollo tenía otro aspecto. Ganó plumaje, canto de fuerza, corrida ligera. Tenía una manera graciosa de mirar. ¡Metido, como él solo! El coronel no era hombre de abrir un diario sin que él no quisiera ver. Y yo me burlaba: –¿Su personita quiere estar al par de las novedades de la política?”.
Una tarde, el coronel oye una escandalera en el patio, y viene a ser que el pollito estaba trabando guerra feroz con “un gallo de tierra”, de mayor peso. Cuando uno de los hombres del coronel va a separarlos: “No lo consiguió, ni tampoco tuvo tiempo. Con dos buenos golpes como para reventar, la prenda limpió el terreno. El galán, pesado, agarrado en parte fofa, bien en la raíz del papo, cambió pata y fue a caer, medio descangallado y ya de cabeza escondida debajo del ala. En esta postura, dio dos estertores por honra de la firma, y se borró. Antão gritó que un gallo de tiro tan mortal él no había visto nunca ni vería en el resto de su vida. Saturnino Barba de Gato, llegado en medio de la pelea, en seguida encontró apodo para el valiente: –Vermelhinho Pé de Pilão”.
Lo que podríamos traducir por “Coloradito Pata de Pilón”. El coronel aprueba el bautismo y le encarga a Antão le busque en Poço Gordo, tierra de gallistas, “alguien capaz de perfeccionar las artes del bichito. Ansiaba que aprendiera todas las artimañas de las riñas, tomara espolón de cuchillo, ala de gavión y coz de mula: –¡Quiero ver a este bichito más pertrechado que un tren de guerra!”.
Y así, una mañana, parte en viaje de aprendizaje “el gallo de mi chifladura. Era de romper el corazón ver cómo miraba a su padrino. Destilaba tristeza, como si fuera para el cautiverio a cumplir la pena de nunca volver. En su orejita planté una lección de coraje: –¡Usted, mi negrito, va a ganar tuétano!”.
Seis meses se pasa Vermelhinho (léase vermelliño) aprendiendo a pelear, y las noticias de su bravura llegan al Sobradinho:
“Andaba adelantado en astucias de riñas, y a más de media docena de mestizos ya su espolón había difunteado. El propio entrenador, que conocía a los gallos buenos hasta por el olor, vivía de admiración en admiración. Mandaron de Poço Gordo una propuesta de trueque: el gallo por cuatro bueyes de carga:
–Además de algunas obligaciones de dinero, coronel.
Rechacé de mal modo:
–¡Que vaya a cambiar a su madre!”
Por fin vuelve el gallo de Poço Gordo:
“Casi di una fiesta en el Sobradinho, con cabrito en la mesa y cohetes en el cielo. Me obstiné en llamar a João Ramalho para que mirara la obra. Vino confundido de modales. Había dado sentencia en contra del gallináceo y estaba obligado a reconocer su error. Se quedó a un costado, sin creer lo que veía. Pasé al gallo de mano en mano. Que la gente viera la pieza, que apreciara la gallardía:
–¡Vean qué porte, qué navaja de espolón!”.

El coronel le dice a João Ramalho que le traiga lo mejor de su criadero, y se celebra la pelea:
“¡Pobrecito! Perdió la apuesta y tuvo el disgusto de ver a su gallo con la cabeza abierta en dos. Los sesos se desparramaron lejos.”
La fama de Vermelhinho (“con ese tiro libre ni un buey aguanta”) se extiende:
“La fama del bicho tuvo vela suelta. Saltó los corrales y fue a golpear en tierra de gallistas, tan lejos de mis pagos que carta salida de por allá llegaba al Sobradinho con mes y medio de correo. De tan lejanos lugares, un sujeto quería saber intimidades del Pé de Pilão, su nacimiento, parentescos y cruzamientos. Como el pedido no viniera según la regla de la buena educación, mandé que él fuera a rascarse la ingle:
–No tiene para qué saber nada.
Pero digo que forrado de tanta gloria el gallo del Sobradinho no cayó en soberbia. Siempre el mismo, de ánimo alegre, desnudo de orgullo. A cualquier otro que no tuviera su carácter de piedra, en seguida se le daba vuelta la cabeza, como el Vinagre del capitán Aristeu Beda, que por haber vencido en dos o tres desafíos comenzó a portarse como un mal educado. Se empacaba, quería comer en plato de loza, como si fuera un cristiano. Pé de Pilão procedía de manera muy distinta, y fuera de la pelea era de trato esmerado, sin vanidad. Para su comodidad le mandé levantar una casa de un conto de réis, con bebedero de vidrio y aseladero torneado por el mejor tornero de Santo Amaro. Cuando el último clavo fue usado mandé llamar al gallo:
–¡Vea qué grandeza, capitancito!
Mostró desprecio por todas esas mejoras y continuó en su gajo de limón, nacido cerca de mi cuarto. Desde ese mirador él daba órdenes al rayar el día. Al primer canto de él, el Sobradinho saltaba de la cama y corría hacia el café de la mañana. Yo lanzaba mi corpachón por la ventana, y ahí estaba su carita en servicio de contentamiento de Ponciano. Siendo yo hombre de armas, me gustaba darle honores de grado militar:
–Buen día, mi capitán, ¿cómo va su personita?
Trepado en su gajo de limón, Vermelhinho bajaba y levantaba la cabeza, feliz y lleno de arrogancia. A la gente le causaba gracia tanta amistad, tanto cariño, al punto de decir:
–El coronel no se desprende de su gallo de guerra ni por cien reses de Piauí”.
Los domingos, tras los bautizados, peleaba Vermelhinho, y el cura desde el altar amenazó con dirigirse al obispo. Pero eran tantas las fiestas y bautizados –“la gente traía gallos al patio y niños para la sal del agua bendita”– que el cura cedió.
“Yo dejaba a Vermelhinho afilarse los espolones en la cara de la mestizada. ¡Era un morir de gallos, sin cuenta! Más de veinte piezas de comprobado coraje, sangraron en las armas de Pé de Pilão, fuera de algunas insignificancias menudas, tales como pollos y gallos de la tierra. De lejos llegaban gallistas, en viaje de mucha silla y tren, por el gusto de apreciar una acción de mi prenda. Tanta bizarría pinchó el orgullo del mayor Badejo dos Santos, de los lados de Degredo. De sus corrales, en carta de sujeto que sabía dónde tenía la nariz, mandó pedir fecha para una pelea acompañada de apuesta. Respondí que aceptaba, dando pequeña ventaja en lo concerniente al pesaje. Estaba enterado que el bicho del mayor Badejo era de quebrar balanza, ¡un gallazo! de pata exterminadora”.
Un domingo de fiesta llega el otro gallo:
“Era pieza como para que un cristiano midiera y se pasmara. Rascaba el piso de la terraza como un toro en campo cerrado, orgulloso, sin respeto.”
Comienza la pelea:
“Llegué a morder el cigarro cuando aquel tren de guerra largó en carrera en dirección a mi prenda”.
El mayor dobla la apuesta, pero, nos sigue contando el coronel Ponciano, “con una arrimada de pie, administrada bien en el vacío del papo, mi gallo puso a la pieza del mayor en su debido lugar, cabeza torcida y cola en el viento. Las risas sacudieron el patio y en la polvareda de esa alegría tramé mi pillería. Me retorcí la barba, avivé la brasa del cigarro, e inquirí en solfa:
–Don Pereira, ¿esta pelea comienza o no comienza?
Badejo dos Santos pagó sus deudas y salió del Sobradinho con la cabeza baja. Algunos días después, en la conversación con un jefe de tropa que se detuvo a las sombras de las casuarinas para refrescar los cascos, supe que el mayor, con el disgusto sufrido, vació todas las jaulas de cría y dio por mal terminada su carrera de gallista:
–Me dieron repugnancia los gallos. Ahora voy a criar canarios.
Le conté lo sucedido a Vermelhinho
–¡Capitancito, usted acaba terminando con todas las riñas de gallos en este país!”.
Ya nuestros lectores se han hecho una idea del magnífico estilo de este escritor brasileño, cuya novela es una delicia de cabo a rabo, no solo por lo que respecta a las aventuras de Vermelhinho Pé de Pilão. Lo que sigue es el desafío hecho por un médico de Ponta Grossa, muy respetado por el coronel, no queriendo Ponciano en realidad pelearle a su gallo. Un primo del doctor le dice a este que las peleas son “un martirio”, y que el gobierno “debiera intervenir en esto”, pero el doctor “creció en defensa de la gente gallista. Lo que el gobierno debía hacer era mirar el bandidaje político, gente enriqueciéndose del día a la noche”. El doctor ha venido al Sobradinho para ver “al tal gallo, que con su espolón devastaba patios y riñas”. No le gusta que lo haya preparado el entrenador de Poço Gordo, porque “echó a perder un cresta de sierra que crié con mimos de padre”, y tampoco le convence Vermelhinho:
“–No engatuso a nadie. Soy gallista desde chico, y conozco a esta raza desde el huevo.
Por eso, y sin ofender a los presentes, podía garantizar que el gallo del Sobradinho no tenía porte para aguantar un tren de pelea como el del cuello pelado de su criadero:
–Apuesto una boyada contra dos carneros que el gallo del amigo Ponciano va a pasar su primer susto”.
El coronel le deja que presuma:
“Quedó libre para contar y recontar las peripecias del pescuezo pelado de Ponta Grossa, desde que saliera del huevo hasta que entrara en el servicio militar. Solo comía alpiste, maíz escogido y hueso rayado. Había viajado legua sobre legua para conseguir, en colegio de buen entrenador, firmeza en el pescuezo. Y sobre tantas virtudes, el malvado de Ponta Grossa estaba munido de un vicio que nadie le sacaba:
–Aprecia vaciar ojos, que es la parte donde él pega con más fuerza”.
Sigue la pelea, maravillosamente descrita, con que concluye este capítulo. No la vamos a transcribir aquí, ya que este artículo se haría interminable: que el lector interesado se agencie el libro, como yo me agencié la traducción argentina. Naturalmente, resulta vencedor el gallito del coronel, que así se consagraba, volando los sombreros de los campesinos del Sobradinho como volaban los de los canarios en las grandes peleas antiguas.
En el capítulo 7, el coronel recibe una carta del doctor, quien se ha enterado que está molestando al coronel un cobrador de impuestos. El doctor le dice que cuente con él, porque “amistad de gallista no queda solo en el patio y en el espolón de los gallos”, y le dice también que meta en pelea al gallo Vermelhinho, porque es “muy capaz de dar con el trasero del cobrador de impuestos en el barro del camino”. El coronel le muestra a Vermelhinho la carta del doctor:
“–¡Mire esto, capitancito! Un escrito del doctor hablando de su personita”.
En el capítulo 8, Vermelhinho se enfrenta a un bicho de la selva, un “surucucú”, especie de temible cobra venenosa. El surucucú acaba yéndose, pero Vermelhinho le coge tal odio a los bichos rastreros que empieza a cargarse todos los que se encuentra. De hecho, ya solo vive para que reaparezca el surucucú. El épico combate tendrá lugar en el capítulo 10, perdiéndose el rastro de uno y otro por el arenal marino.

Una carta de José González Suárez a Francisco Dorta


Esta vez sí que el Músico no volvió a cuidar en Las Palmas, pese a los deseos del partido trianero, que presidía don José González Suárez.
Famoso por haber sacado los payasos –una de las mejores castas de gallos canarios de todos los tiempos–, José González Suárez es un personaje en cierto modo enigmático. No aparece en ninguna foto conocida, y sus apellidos, muy corrientes, obstaculizan cualquier intento de conectar con su familia. Al parecer trabajaba en bancos, y Orlando Dorta lo recuerda como un hombre alto y de carácter serio. Escribe muy bien.
En esta temporada, ha sustituido a don Matías Guerra como presidente de Triana, y continuará durante toda la década de los 40, aunque sin descollar ya con grandes gallos.
Pancho no cuidará este año en Tenerife, aunque al final preparara tres tandas para pelear con Las Palmas.
De sumo interés es la noticia que da González Suárez sobre Manuel Morales, el hermano del poeta Tomás Morales y un gran cuidador a principio de siglo. Aún asistirá a las peleas entre Pepe Palmero y Pancho, a fines de los 40.
Al final de la carta, González Suárez le pide consejo sobre qué cuidador contratar en caso de que él no pueda ir. La respuesta es conocida: el Picador, o sea su rival en los últimos años. Triana le hará caso al maestro, y Pepe el Picador, en una gran temporada, le ganará por 7 riñas a Juan Lucas.
El próximo miércoles veremos la siguiente carta del presidente trianero, ya del 9 de febrero de 1940.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

José Fortuny


Nos llega la triste noticia del fallecimiento de nuestro buen amigo José Fortuny, con quien en tantas jornadas gallísticas coincidimos, en Santa Cruz, en Garachico, en La Orotava, en Santa Úrsula, en Güímar...
José Fortuny heredó la afición de su padre, don Vicente Fortuny, que tuvo buenos gallos en La Espuela. Pero ante todo era una bellísima persona, siempre de buen talante y con mucho sentido del humor. En esta foto lo vemos con su sonrisa llena de bonhomía. A su derecha, el coronel Tabares, y a su izquierda el cuidador José Carlos. Es una foto pues que sacamos en la gallera de Güímar, con la que Fortuny colaboraba tanto como con la de La Espuela.
Fortuny tuvo un buen restaurante por Los Rodeos, donde los aficionados a los gallos no dejaban de acudir. Entre la afición, no deja sino buenos recuerdos. Y para nosotros, como hemos dicho, era una excelente persona, a quien siempre nos congratulaba encontrar. La última vez que nos vimos fue en el 10% de La Matanza, en torno a un buen plato de pescado fresco y un escaldón con mojo verde. Y como siempre hablamos sin parar de gallos, derrochando por su parte esa simpatía que llenaba todo su ser.

Los Llanos y Tazacorte, definidos

O casi. Josito el Menso cuida en Tazacorte y, a falta de plena confirmación, Samuel Mateo en Los Llanos. Josito, tras una buena temporada en El Pinito, tiene un gran desafío, al pasar a cuidar una de las grandes casas de gallos de Canarias. Samuel Mateo cuenta con más experiencia, pero viene de una gallera –precisamente Tazacorte– sin duda que más poderosa que Los Llanos, por lo cual se le presenta también un desafío. A nosotros nos parece que la temporada puede así equilibrarse más que la anterior: Samuel tiene más experiencia, pero se las va a ver con una gallera problemática; Josito está empezando, pero con muchos gallos de bandera.
Preside de nuevo la gallera de la Villa y Puerto Miguel Lorenzo, mientras que en Los Llanos tenemos al amigo Carlos Manís, a quien sin duda no le falta entusiasmo y ganas de sacar la gallera adelante. Y voluntad de unir a los aficionados, no de separarlos, como ya nos decía en La Palma hace unos meses.
Los que nos parece un desacierto es la política que tiene Los Llanos de ponerle límites al cuidador a la hora de seleccionar gallos. Esto nunca ocurrió. Al contrario: cuando, por ejemplo, en San José, aparecía una lista con seis gallos de Villegas o de Hernández López, ya los aficionados sabían que iban a ver grandes gallos. Lo mismo pasaba en el Norte cuando Luis Machado y Manuel de León llenaban las listas. Hoy no existe, en ninguna parte, espíritu de partido, y cada casteador no quiere sino ver pelear sus gallos, muchos de los cuales, en otros tiempos, avergonzaría a un casteador verlos sobre la valla. Prefieren eso a mejorar sus razas, y así nadie es exigente. Esa es la razón, sin ir más lejos, de la existencia de muchos partidos personales, por no decir fantasmales, hechos para pelear todos los gallos de un aficionado, que luego se busca algún que otro casteador más, para rellenar, si se da el caso. Como ya hemos vaticinado, todo esto acabará llevando a la desaparición de las galleras clásicas. La famosa Federación elaborará un calendario de campeonatos de casteadores de enero a junio, incluida la murga que desde 2006 organiza ella misma, y se acaban las angustias en las galleras, cada vez más incapaces de hacer frente a tantas dificultades.
Pero en tanto, vayamos contentándonos con lo poco que queda, y haciendo la vista gorda a las ocho peleas, al reloj de 15 minutos, a los partidos sin cuidador, a las espuelas industriales, a los aficionados que chillan e insultan y a otras muchas muestras de decadencia, cuando no de indecencia. Por ejemplo, en La Palma hay un panorama que aún merece la pena. En la Banda, como dijimos, se presenta en principio una temporada equilibrada, si a Josito no se le va el tilín (lo más complicado para un cuidador) y si Samuel dispone de un regimiento suficiente. En la Capital, cuidan el único gran gallero en plenitud que nos queda, Quico Acosta, y de los jóvenes el más valioso junto a Samuel Mateo, o sea Pedro Pérez. Con gallos de los casteadores y otros de la Banda, que es donde está hoy lo mejor de Canarias, puede verse una gran temporada.
Toño el Rebotallo y Samuel Acosta repiten en El Paso y en La Lucha. Muy bien hecho, ya que ambos brindaron el año pasado una gran temporada, la mejor del Archipiélago.
Por fin, el Chamo lidera La Choza, para intentar que este partido no naufrague como le ocurrió el año pasado. Al Pinito vuelve Orestes Cáceres. Si el Chamo tiene mejores gallos que los que tuvo La Choza el año pasado –y sin duda que habrá aficionados que se los lleven–, volveremos a ver una buena temporada entre estos dos partidos.

Un artículo de Asdrúbal Betencourt en la revista “Cantaclaro” (1974)





Reproducimos hoy un artículo en que Asdrúbal Betencourt informaba a los aficionados mejicanos de cómo era la afición en Canarias. Claro que en 1974 aún las tradiciones eran las tradiciones, y hoy las cosas han cambiado mucho, para peor. Pero ya hay una señal sombría: para Asdrúbal no quedan cuidadores, una vez desaparecidos Pepe Palmero y Pancho el Músico. Esto nos resulta algo exagerado, ya que aún cuidaba Pablo Amador e iniciaban su andadura Adolfo el Pichón y Toño el Rebotallo, sin olvidar a Domingo Prieto, Miguel Acosta, Roberto o Arnoldo. Pero sí es cierto que ya las cumbres de Pancho y de Pepe Palmero no se darían más. Hoy la crisis de cuidadores es total, solo restando en plenitud Quico Acosta y aún faltando tiempo para que Samuel el Canario o Pedrito, que son los que más apuntan, logren consagrarse. Pero las perspectivas son negras: las galleras llevan camino o de ni tener cuidadores o de desaparecer, para dar paso a los campeonatos de casteadores al estilo de los otros países.
La revista “Cantaclaro” tuvo mucha fama, apareciendo el artículo en el n. 3 de su año 17, noviembre de 1974.
Algunas correcciones: en Lanzarote la afición ya estaba consolidada en el siglo XIX, incluso con partidos. Y a Fuerteventura pertenecen las primeras noticias gallísticas de Canarias, hacia 1700. Por tanto, tampoco puede afirmarse lo de que son los ingleses quienes trajeron la afición de los gallos a Canarias, siendo lo más lógico que lo hicieran los pobladores peninsulares, en el siglo XVII, si no ya en el XVI.
Asdrúbal caracteriza muy bien al gallo clásico canario. También están anticuadas sus palabras sobre las drogas, que hoy usan los galleros de modo corriente, y sobre las espuelas, que comienzan a ser mayoritariamente plásticas, como de plástico es la época en que vivimos. El uso de drogas y el de las espuelas plásticas permiten al cuidador trabajar menos, aunque ello también viene motivado por el abandono de los campos, ya que cada vez se crían menos gallos sueltos y, en consecuencia, ni los gallos tienen la fuerza de antes ni se encuentran espuelas naturales sanas con la facilidad de antes.
Adviértase que la foto de la pág. 22 es una variante de la que publicamos el pasado miércoles al hablar del “Ramblero”.

Una carta de Rafael Cabrera a Francisco Dorta


De nuevo a fines de 1938 no se sabe si habrá temporada gallística en Las Palmas o no. Don Rafael Cabrera, en La Palma, intenta concertar unas peleas con Pancho en Tenerife, que lógicamente no se celebraron, ya que al final hubo arreglo entre trianeros y joselitos.
El Foño repetía en La Espuela, donde el año anterior había perdido por 1 riña, pero tras coger el partido con 6 en contra. Ahora ganará por 10, en una buena temporada, aunque no tan extraordinaria como la anterior, que fue la del “Joselito”.
Es curioso lo que Rafael Cabrera dice del Foño: no le ha dicho lo de pelear Pancho y Santa Cruz de La Palma, porque el Foño desalentaría a Pancho para que no se celebraran las peleas y así los gallos palmeros se los mandaran a él, en vez de reservarlos para pelearlos contra Pancho... Recordemos que en estos años, a causa de las carencias derivadas de la guerra, se suspendieron las tradicionales peleas entre Arriba y Abajo.