lunes, 26 de septiembre de 2011

Una obra maestra de la literatura gallística


Iniciamos hoy la reseña de una serie de obras de materia gallística, y nada mejor para hacerlo que este maravilloso libro publicado en Lille el año de 1939, con ilustraciones del magnífico dibujante Del Marle. Su autor es Arnauld de Corbie, y versa sobre las peleas de gallos en la provincia del Nord y del Pas-de-Calais, que es donde la afición francesa ha sido extraordinaria y se mantiene hoy en día. En nuestra lista de enlaces, remitimos a la página web del actual Club Française des Combattants du Nord.
El libro lleva un prólogo del entonces vicepresidente de la Federación de Casteadores del Norte y Pas-de-Calais, Paul Masurel. Fijémonos en la fecha: 1939, o sea uno de los momentos más terribles del siglo XX. Pero entonces, como ahora, se hablaba de “crueldad” a propósito de las peleas de gallos. Paul Masurel escribe:
“Aprovecharé la ocasión que se me da para defender la causa de las peleas de gallos y para cantar la gloria de estas nobles aves, batalladoras por instinto, que si mueren un día sobre el tapiz de la valla después de un combate valiente, han disfrutado hasta ese momento de una existencia más confortable y de una suerte más envidiable que la de sus congéneres de gallinero, condenadas a un degüello vergonzoso, para servir fines alimenticios”.
Y volvamos a señalar la fecha: 1939, o sea cuando aún ni de lejos se había llegado a la industrialización de los pobres pollos, hinchados con productos químicos legales cuando no obligatorios y hacinados en espacios de máxima producción.
Las tradiciones duraderas
También reflexionemos con el siguiente pasaje, donde de Corbie se lamenta por una uniformización de las costumbres que no era nada al lado de lo que se impone hoy:
“El viejo individualismo regional, tanto tiempo lleno de vida puesto que forma parte del carácter francés, rebelde a toda tentativa de domesticación, no se ha apagado aún. Pero se encuentra bastante enfermo y, desde hace algunos años, el progreso representado por la multiplicidad y la rapidez de los medios de transporte y de comunicación, parece querer apresurar el fin del moribundo.
Hoy, los excesos de un centralismo descaracterizador nos encaminan a un aborregamiento de las masas y tienden cada vez más a establecer por todas partes el reino de la banalidad.
La estandarización –¡espantoso neologismo!– no causa estragos solo en el dominio de la vestimenta, asegurando el triunfo por todas partes de la ropa de confección producida a millones de ejemplares, sino que también ha alcanzado a los juegos y a las distracciones populares consideradas justamente como uno de los elementos más importantes del particularismo provincial. El deporte anglosajón y el cine internacional, por su acción niveladora, han sometido el mundo entero a leyes uniformes. La atonía generalizada de que sufren nuestros contemporáneos conduce fatalmente al gusto de las soluciones perezosas.
¿Qué ha sido, tras esto, de nuestros juegos seculares? Destronados por la concurrencia extranjera, la mayor parte han desaparecido. La mayor parte, pero no todos”.
En efecto: como en Canarias, no todos: “Los criadores de gallos componen el último reducto de esos tradicionalistas obstinados que han resistido hasta ahora a los más duros asaltos.” Además, como en Canarias, se trata de una tradición ininterrumpida, no como otras recuperadas por políticos oportunistas: “Tal constancia no tiene nada de artificial. No procede de una de esas «restauraciones» intempestivas, peores que la ruina”.
Una pasión vieja como el mundo
Arnauld de Corbie dedica un capítulo a la afición mundial a los gallos, del que traduzco estos pasajes:
“Si un juego merece el epíteto de popular, es el que opone, a los ojos de una asistencia tumultuosa y palpitante, a dos gallos, luchadores profesionales, animados del salvaje deseo de matarse.
Se lo practica en Camboya y en Laos, en China, en Japón, en Abisinia, en el Senegal, en México, en Canadá, en Perú, en Manila, en las Antillas, en el archipiélago de la Sonda, en las islas Molucas, en las islas Filipinas...
Cuenta legiones de admiradores frenéticos en Inglaterra, en Bélgica y en Francia. Pero entre nosotros, su dominio se reduce a una porción bien delimitada de las provincias del Norte y del Pas-de-Calais, donde su importancia es equivalente a la de las corridas de toros en España.
«Los hombres, escribe Buffon, que sacan partido de todo para su diversión, han sabido aprovechar esta antipatía invencible que la naturaleza ha establecido entre un gallo y un gallo; han cultivado este odio innato con tanto arte, que los combates de dos aves de corral han sido dignos de interesar la curiosidad de los pueblos, incluso de los pueblos cultivados, y al mismo tiempo de desarrollar y de conservar en las almas esta ferocidad, que es el germen del heroísmo».
¿Pero por qué no suponer que los primeros casteadores fueron los rudos cazadores de la edad de piedra, que, lanzados sobre la pista de un urogallo, se detuvieron un instante, en un claro del bosque, a seguir el feroz enfrentamiento de dos gallináceas salvajes que resolvían una rivalidad amorosa con la punta del pico y de la espuela?
No parece temerario afirmar que el gusto de las peleas de gallos nos viene de Asia, como el gallo mismo, cuyo prototipo, el Gallus Bankiva de los naturalistas, vive aún en libertad en los bosques de la India y de Indochina. Son sin duda los fenicios quienes los han propagado por toda la cuenca del Mediterráneo.”
Sigue Arnauld de Corbie hablando de los gallos y los antiguos griegos. Famosos fueron los de Tanagra, mientras que Marcial nombró a los de Rodas y Delos y Píndaro a los de Pérgamo. Muy conocida es la historia de Temístocles, quien, al ir a combatir a los persas, les puso a sus soldados como ejemplo que los enardeciera una pelea de gallos, diciéndoles que si los gallos luchaban solo por el deseo de vencer, qué deberían hacer ellos, que combatían por sus hogares, por las tumbas de sus padres, por la libertad. Y cuenta la leyenda que sus palabras reanimaron el coraje de su armada, logrando vencer a los invasores persas.
Dos mosaicos del Museo de Nápoles, provenientes de la Casa dei Vettii de Pompeya atestiguan la afición romana. Uno de estos mosaicos lo tenemos reproducido en una postal que nos trajo de Nápoles el gran aficionado tinerfeño Ángel Benítez de Lugo, y lo publicaremos próximamente.
De Corbie se pregunta si la entrada de los gallos finos en Francia no se habrá producido al invadir César las Galias, lo que parece más lógico que remitir a la ocupación española. “Una cosa es indiscutible: las peleas de gallos se realizan en Francia desde hace cientos de años. En el siglo XIII, ya este juego se había desarrollado de tal manera, sobre todo entre los estudiantes, que las autoridades religiosas se vieron obligadas a intervenir. En 1260, el arzobispo de Burdeos las prohibía, por ser «causa de muchos males», «ocasión de pecado y una pérdida de tiempo». Hasta el siglo XVIII, en Picardía, en Amiens y en Corbie sobre todo, se desarrollaban según un ceremonial inmutable, todos los años, el jueves de carnaval”. El estudiante que ganaba era elegido “Rey de los pollos”, y durante todo el año disfrutaba de ciertos honores entre sus condiscípulos, que le formaban el jueves de la tercera semana de la cuaresma “una especie de corte compuesta de guardas armados de bastones con hierros, que lo acompañaban en su marcha”.
“Pero la verdadera tierra clásica de este juego habrá sido la Gran Bretaña. Bajo el reinado de Enrique VIII, el pueblo inglés manifestaba un entusiasmo loco por las peleas, singularmente durante el Carnaval. Este entusiasmo, reprimido algunos años por la influencia dominante de los puritanos, se convirtió, tras la muerte de Cromwell, y a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX, en una pasión delirante de la que el buril satírico de Hogarth nos ha dejado un sorprendente testimonio”.
Solo el puritanismo protestante –que hoy encuentra su equivalente entre nosotros en la mentalidad ecofascista– pudo acabar con esta afición que alcanzó a todas las clases sociales británicas.
Se refiere luego de Corbie a los pintores de gallos finos Frans Snyders, Jean Fyt y Albert Cuyp, cuyas composiciones violentas, llenas de movimiento y de color, revelan el auge de las peleas en Flandes y Holanda durante el siglo XVII. En Francia hubo también pintores que se inspiraron en las riñas, citando de Corbie a Jean-Baptiste Oudry, artista del XVIII que les consagró un gran cuadro conservado en el castillo de Compiègne. Y cierra este capítulo con el siguiente párrafo:
“En 1828 y en 1829 se intentaron introducir las peleas de gallos en París. Se organizaron en el Bois de Boulogne y un hotel de Saint-Honoré, pero sin éxito. Faltaba alrededor del parque y en el recinto lleno de snobs y de mirones la atmósfera tan especial y cargada de sortilegios sin la cual estos sangrientos enfrentamientos no son más que bárbaras exhibiciones, la atmósfera de fervor y de vitalidad atronadora, de risa sonora y de gravedad contenida, de alboroto desenfrenado y de alegría solemne que transfigura nuestras quermeses y nuestras ferias en ceremonias rituales, aureoladas de una áspera y rústica poesía llegada, intacta, del fondo de los tiempos...”
La unión hace la fuerza...
Esta divisa de los casteadores belgas da título al siguiente capítulo, donde se nos dan los nombres de las asociaciones gallísticas francesas y el del semanario dedicado a los gallos: “Le Coq Gaulois”. El autor entrevista al presidente de la Federación, que viene a ser... un notable músico, como lo era el más famoso cuidador canario. Y dice de Corbie, con humor: “Son imprevisibles los caminos que conducen de la orquestación a las peleas de gallos”.
No puede faltar en este capítulo el tema del prohibicionismo:
“Es sabido que los poderes públicos han intentado, en varias ocasiones, prohibir las peleas de gallos en Francia, así como ello ha ocurrido en Inglaterra, en Canadá y en Bélgica, donde este género de espectáculo cae hoy bajo el golpe de una prohibición... formal, puesto que los casteadores ingleses, canadienses y belgas no han renunciado a su querida afición”. Como hemos dicho repetidas veces, lo mismo ocurriría en Canarias si algún día eso llegara a acontecer.

Su Majestad el Gallo
Un largo capítulo se dedica al héroe de la fiesta:
“Yo le rindo con mucho gusto este homenaje, pues considero al gallo un animal simpático y al que sería injusto confundir en el tropel cotorreante de otros volátiles de estupidez proverbial. Su porte caballeresco y decidido, su vestimenta resplandeciente, su penacho y su audacia atrajeron muy pronto la atención de los hombres, que le han dado en la leyenda y el simbolismo un lugar de honor”.
Comienza el autor señalando su presencia en la Roma antigua: sobre el casco de las estatuas de Minerva, acompañando las representaciones de Marte, Mercurio o Esculapio, o en muchas medallas. Luego, en el cristianismo, o en la heráldica, donde simboliza el coraje y la fiereza. Es también el ave de la sabiduría, ya que bate tres veces las alas antes de lanzar su kikirikí, exhortándonos así a nunca hablar sin antes reflexionar lo que queremos decir. En Francia, tras historiar las monedas galas y aparecer en las banderas guerreras, sigue siendo “una especie de tótem nacional que los campeones deportivos enarbolan en su maillot cuando van a defender los colores franceses en el extranjero”.
A continuación se señala la tajante diferencia entre el gallo fino y el gallo vulgar. Aunque ambos procedan del salvaje Bankiva, solo el gallo fino no ha degenerado. Estamos aquí muy lejos de la falsa idea que considera al gallo fino como una creación artificial. Al contrario. De Corbie observa cómo la descripción del Bankiva se corresponde, salvo en el tamaño, con la del “gran combatiente del Norte”, o sea el gallo clásico francés, “salido por cruces sucesivos del combatiente indio”, y que se encuentra a lo largo de la frontera francesa, de Dunkerque a Lille, y también en Bélgica.
Habla luego de los colores de los gallos, del momento en que hay que separar los pollos, de la cría en los campos, del descrestaje, de la preparación. En esto último, señala, para los que no entienden, que el gallo para pelear no necesita preparación, en el sentido de que “no es necesario atizar su instinto belicoso, cuya violencia se manifiesta desde la más temprana edad”. La preparación elemental es la corrida, trabajo arduo donde los haya, como es bien sabido, pero de Corbie alude también a lo que llamamos nosotros pechas, y asiste a unas en Bélgica. Como en ese país estaban prohibidas, “teníamos los presentes el aire de unos conjurados reunidos para trazar los planes de algún complot”.
Espuelas
En aquellos tiempos gallísticamente felices, a nadie se le hubiera ocurrido inventar las espuelas de plástico. Pero, ojo, las espuelas que ellos usan son de acero.
“Armar un gallo no es una operación banal. Es un arte en toda la acepción del término. Un arte que reclama conocimientos amplios y cualidades múltiples de observación y de destreza, el todo coronado por ese elemento inexplicable, imposible de definir, que se llama el don”. Claro que esto vale para nuestras espuelas de gallo, y por ello mismo no hay libro de artesanía canaria que no incluya este singular apartado: “Es también una ceremonia minuciosa y delicada que los iniciados rodean de un poco de misterio, un compuesto de trucos y recetas, fruto de la experiencia o de la tradición, una sucesión de gestos graves y calculados que hacen pensar en algún rito de caballería”.
Según Arnauld de Corbie, las espuelas de acero, por paradójico que parezca, “son menos bárbaras que las armas naturales”. Sus razones: “Las espuelas de un gallo de combate adulto se parecen mucho, por su forma y sus dimensiones, a los ganchos de los carniceros. Su pico doblado desgarra las carnes y causa heridas horribles casi imposibles de cuidar, mientras que las heridas netas producidas por las espuelas de acero, cuando no determinan la muerte sobre la valla, dejan a la víctima muchas oportunidades de curarse”. Suponemos que se desconocían allí los medios de cura de las heridas producidas por las espuelas de gallo, ya que esto en Canarias no ha sido nunca un grave problema.
De este capítulo, traduzco el siguiente pasaje:
“El gallo no corta de tajo, sino de estocada. Su esgrima es además muy curiosa, al llevar sus espadas en los talones. Esta originalidad lo obliga a practicar extraordinarias acrobacias. De entrada busca agarrar con el pico la cabeza o el buche de su antagonista. Luego, con un batido de alas, arquea su cuerpo y proyecta violentamente hacia adelante sus patas replegadas, a las que imprime un rápido movimiento de vaivén. Cuesta imaginar la fuerza desplegada en una lid de este género. El armador de espuelas debe pues, para sujetar convenientemente los estiletes, nunca perder de vista estas diversas particularidades, teniendo en cuenta, además, la conformación, los pesos, las costumbres y la táctica de cada gallo”.
El día de la fiesta
Un gran capítulo, titulado “Le jour de gloire est arrivé...”, se dedica al día en que se celebran las peleas.
Antes, de Corbie habla de los gallos campeones legendarios, a la cabeza de todos el de la casteadora inglesa del siglo XVIII Non Rawlings. La casteadora, con su gallito de... 43 peleas, aparece retratada en miniatura en el célebre dibujo que el célebre pintor William Hoghart realizó en 1759. Por lo que se refiere a Francia, uno de los grandes paladines, con 17 victorias, fue el “gris de Sante”, que su casteador conservaba disecado.
En las peleas francesas las hay de “partida” (o sea, como nuestras contratas, por usar nuestra expresión) y de “concurso” (o sea equivalentes a los campeonatos de casteadores). Las primeras son entre dos clubs o entre dos casteadores, pero no se desarrollan en jornadas como hacemos nosotros, sino desafío a desafío. Se pelean 5, 7 ó 9 pares de gallos, y por si se empata hay una pareja de reserva. Se apuesta una cantidad, pero se recuerda que en Artois era costumbre llevarse el ganador un cordero.
La valla es oval u octogonal, y la duración es de 12 minutos, anunciando la campanita el minuto noveno:
“Desde el décimo minuto, los gallos podrán alternativamente echarse y levantarse, y el último de pie será el ganador en el duodécimo minuto. Un gallo echado tres minutos pierde la pelea. Para que un gallo sea considerado como de pie, ha de estar completa y manifiestamente derecho sobre sus dos patas, o, si tiene una pata rota, debe marcar en la posición vertical un tiempo de detención. Dos árbitros y un cronometrador supervisan las operaciones y sus decisiones son inapelables.”
Entrando ya en la descripción del día glorioso, nos dice de Corbie que en el “gallódromo” se reúnen cerca de dos mil personas de todas las clases sociales: “Hay obreros de fábrica, comerciantes, campesinos y auténticos representantes de la burguesía que, libres de los vanos prejuicios y de las estúpidas ideas preconcebidas, no son más que casteadores confundidos en un mismo entusiasmo. Cientos y cientos de cachimbas, de puros y de cigarros exhalan hacia lo alto espesas nubes que ahogan las siluetas en un gris impreciso.” Todo ello, en medio de un clamor ensordecedor donde se cruzan las apuestas, que responden exactamente a las características canarias: “Nadie hay allí para registrarlas o para recibir la cantidad apostada. Ni el menor corredor de apuestas en el horizonte... Una señal cualquiera, a veces entre jugadores que no se conocen, bastan para sellar el contrato. La confianza reina.”
Lo principal de este capítulo es la descripción de las peleas, tan llenas de color y emoción como las nuestras o las de cualquier otro lugar.

El casteador
En este último capítulo del libro, el autor cita al doctor y casteador norteamericano H. P. Clarcke:
“Por lo que sé de mis observaciones, encuentro siempre entre los casteadores un sentimiento de camaradería que no se encuentra en ninguna otra parte y en ninguna otra sociedad. Ese sentimiento se extiende a todos los aficionados a nuestro deporte en el mundo entero. Así, por ejemplo, cuando he ido por primera vez a México para asistir a un torneo en Santa Anita, me he encontrado con un equipo de casteadores mejicanos... Desde que supieron que yo también era casteador, me pagaron el barco y mi entrada en el torneo. No me soltaron, y no quisieron que pagara un céntimo en toda la jornada. Ese mismo espíritu se encuentra en todos los países. De hecho, creo que es universal”.
Esto nos recuerda las palabras que nos dirigía hace unos meses un gran aficionado brasileño, afirmando que la cultura gallística era una cultura “universal”, aunque luego cristalice de un modo peculiar en cada región gallística.
Traza por último Arnauld de Corbie el perfil del forofo gallístico, al que llama Adolphe. Adolphe se parece a cualquier ciudadano más, y nadie adivinaría cuales son sus aficiones. Pero...
“Pero, si en la más banal de las conversaciones, alguien deja caer la palabra «gallos», Alphonse muerde vorazmente el anzuelo, se transfigura, se convierte en otro hombre y abre su corazón. No queda otro remedio que escucharle –pues sobre tal materia su verba y su erudición no conocen límites– e intentar comprenderlo, porque usa un vocabulario técnico inaccesible al común de los mortales. Alphonse no ama los gallos, los adora. Habla de los suyos con temblores enternecidos en la voz. Son para él niños queridos cuyo crecimiento y desarrollo sigue con un ojo paternal, niños mimados incluso.”
Prosigue este simpático retrato del amante de los gallos, pero nosotros terminamos ya, con este párrafo que nos devuelve al principio de esta reseña:
“La menor alusión a la avicultura comercial le molesta. Él no adora los gallináceos en general, sino los únicos que, a su juicio, merecen vivir, los únicos que merecen también morir de otro modo que bajo el ignominioso cuchillo de una cocinera: sus gallos de pelea.”

Una carta de don Matías Guerra a Francisco Dorta



Aquí tenemos otra carta curiosa de los años 30.
La temporada 34-35 la ha ganado Pancho nada menos que por 34 riñas, acabando con las dudas que pudiera haber. Claro que las consecuencias fueron un bajón de público a mitad de temporada, con las consiguientes consecuencias en los ingresos de que habla Matías Guerra. Además, acierta al pensar que lo mismo va a ocurrir al año siguiente, ya que no ven a Gilito como un rival a la altura de Pancho, quien de hecho le ganaría por 26 riñas.
Cesáreo Padrón y Pepe Palmero eran los ayudantes de Pancho desde su llegada en el 33, y continuaron siéndolo en el 36. Este trío Pancho-Cesáreo-Pepe Palmero (juntos en una gran foto incluida en la página 175 del DGC) es a nuestro juicio el más grande tándem técnico que ha llevado nunca una casa de gallos.
No extraña que, con el incentivo económico, Pancho se afanara en ganarle al Foño, lo que hizo por 4 riñas tras una serie de jornadas excepcionales. El Foño trajo gallos tanto de la Capital como de la Banda, con casteadores tan señeros como don Saturnino Pérez, Tomás Hernández (“el Sordo”), Manuel Lugo, Eduardo Rodríguez, César Martínez y Francisco Cabrera.
Curioso es también el inicio de la carta, ya que hace referencia a la otra faceta de Pancho, la de soplador de fiscorno en la Banda de Música de Santa Cruz de Tenerife.
Al año siguiente, en noviembre de 1936, Matías Guerra le escribirá otra carta a Pancho pidiéndole le diga “con toda claridad y sin ocultarme nada, qué es lo que emplea Vd, para guisar las espuelas, empezando por el agua y terminando por el último producto que Vd. ponga para ello”. Ante las quisquillosidades de algunos malos perdedores de San José, Matías Guerra intentaba evitar problemas para la temporada siguiente. Pancho le respondió de modo admirable, con una cita de la zarzuela “La Dolorosa”, en que un personaje le dice a otro: “Tráeme un vaso de agua limpia y pura, porque en el arte todo tiene que ser limpio y puro”. Y nada más tenía que decir.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Los gallos de Hernández, Santana y Rosales


Están desde hace un par de décadas entre los gallos más renombrados de Canarias. Fernando Ojeda ha entrevistado a Juan Rosales, quien hoy, sobreviviente de este gran tándem de aficionados, es quien continúa con estos grandes casteos. En la foto lo vemos (tercero por la derecha) celebrando uno de los campeonatos regionales ganados por Gran Canaria, junto a otros grandes casteadores de la isla, como Juan Ramírez, Quico Pérez, Juan Manuel Moreno y (primero por la derecha) Chicho Hernández Trujillo, a quien Juan Rosales se refiere al final de la entrevista.


FERNANDO OJEDA
En el barrio capitalino de Tamaraceite, por debajo de la antigua casa de gallos del partido de Vegueta, se encuentran las instalaciones de Hernández, Santana y Rosales. Juan Rosales es un hombre admirado y respetado en el mundo de los gallos.

¿Quiénes son Hernández, Santana y Rosales?
Hernández era mi patrón, Santana es Adolfo y Juan Rosales yo.
¿Cuándo empezaste en los gallos?
Por lo menos llevo cincuenta años metidos en los gallos. Empecé por Nicolás Guerra, que es hijo de Luis Guerra, el gallero que vivía en el risco de San Nicolás, donde tenía unos gallos. Antes de empezar en los gallos, estuve metido con las palomas mensajeras, e hicimos un cambio de palomas mías por gallos suyos.
¿Cuál fue tu primera liga?
Se podría decir que empecé con gallos mestizos, y mi primer trofeo me lo gané en el año 1981 encerrando en el partido de Las Palmas.
¿Cuál ha sido el mejor gallo con el que hayas sacado?

“El Perro”. Era un gallo peninsular, que conseguí por mediación de Adolfo.
Para castear ¿el gallo o la gallina?
Cada uno tiene su opinión. La mía es el gallo, siempre y cuando tenga mis gallinas hechas por mí. A un gallo puedo pasarle cinco gallinas y a una gallina no le puedes pasar cinco gallos.
En el 2007 fuiste campeón de Canarias...
Si, me quedé campeón de Canarias y campeón de Arucas con 46 puntos en Gran Canaria, sin contar los que tenía en Lanzarote, un record que nadie ha conseguido de momento.
Adolfo Santana...
El mejor gallero de su tiempo, sin contar a los grandes como Pancho “el Músico” o Domingo “el Boyero”, que pertenecen a una época anterior.
¿Cuál fue tu partido?
Nunca tuve un partido en concreto, yo encerraba donde cuidara Adolfo. Mi primer partido fue Las Palmas, después Tafira, Teguise, Arrecife y Arucas.
Para ti ¿quiénes han sido los mejores galleros?
Adolfo, pero también Paquito Falcón y Quico Acosta.
¿Y qué galleros destacarías en la actualidad?
Quico Acosta y Samuel Mateo.
¿Espuelas plásticas o naturales?
Dicen que las plásticas van bien, pero yo siempre he sido de las naturales. El problema es que ya no hay tradición. Ahora las peleas son a 15 minutos, mientras que antes no había reloj. La gente está hoy más pendiente del reloj que de las peleas. Muchos ya no tienen ni galleros. Antes las peleas eran tranquilas, ahora hay mucho griterío. Y ya no hay espíritu de partido.
¿Has participado en los torneos?
Sí, en el primero, y ganamos.
La consaguinidad en los gallos...
Me gusta que me preguntes por este tema. La gente dice que si estoy loco, pero es que yo he practicado la consaguinidad, no para pelear esos gallos, sino para mantener la sangre. Tú tienes hoy una liga y muy buena, y con el paso del tiempo esa sangre la vas perdiendo, porque vas metiendo sangre de otros gallos y gallinas que tú no has sacado. Al paso de los años, ya no te queda nada del principio. ¿Cómo vuelves a recuperar esa sangre?, pues con esos hijos que son consanguíneos.
Un gallero: Adolfo Santana.
Un casteador: Peña La Lucha.
Un gallo: El ciego de Quico Pérez.
Un color: Melados y colorados.
Un recuerdo: Las veces que fui al Campeonato de Canarias a La Palma. ¿Tú has probado el vino palmero? Pues ya sabes…
Una anécdota: Cuando Paquito Falcón cuidaba en el Norte, se llevó unos gallos míos para allá y Paquito me dijo para que fuera a ver las pechas de esos gallos míos. La noche anterior nos cogimos Chicho Hernández Trujillo y yo una templadera, y fuimos los tres en el barco, Chicho y yo templados. Nos quedamos dormidos viendo las pechas, y cuando regresamos a Gran Canaria todavía seguíamos en ese estado. Habíamos ido y venido a Tenerife sin enterarnos.

Juan Rosales, conocedor de gallos donde los haya, con vistas para la próxima temporada en Lanzarote. Le deseamos salud y suerte.

Circo Cuyás, 24 de mayo de 1953




Terminaba este día otra gran temporada en el Cuyás. Frente a frente, dos cuidadores excelentes: Pablo Amador en San José y Alejo Yánez en Triana. Como siempre, San José con una mejor flota. La última vez que había ganado Triana fue en 1949 con Pancho, y no volverá a ganar hasta 1959 con Domingo Prieto. Pablo debutaba triunfalmente, en una gran temporada. Alejo venía de ganar brillantemente en Lanzarote, y lo hizo muy bien en Triana, brindándole ambos galleros a la afición una emocionante temporada, de jornadas rápidas y vistosas, con muchas espuelas.
9 riñas llevaba San José, por lo que nada se decidía esta última jornada, que gana San José por ventaja. Pero Montenegro, en su infaltable crónica, escribía: “A pesar de lo avanzado de la temporada, se vieron buenas peleas, no faltando entre ellas la riña cumbre, la de grata recordación. Correspondió el triunfo al partido de San José como pudo haberlo conseguido el de Triana, ya que no había entre los combatientes notables diferencias ni de cuido, ni de material gallístico”.
En 4 minutos, el colorado de don José Villegas, tras dejarlo ciego y pincharlo cerca del matadero, acabó con un gran gallo de tres antorchas, el giro de don Rafael Guerra. Terrible de espuelas era este colorado de Villegas, de quien raramente se peleaban gallos que no fueran extraordinarios, tal era su conciencia de casteador, ya que la selección la hacía él, sabiamente y sin ningún tipo de miramientos.
La segunda fue la pelea “cumbre”, con dos gallos soberbios frente a frente, ¡y encima por segunda vez!: el gran colorado de dos riñas de don Nicolás Díaz Aguilar y el no menos gran melado de tres de Ezequiel Betancor (por tanto de la escuela Villegas). Pero dejémosle la pluma a Montenegro:
“Este fue un encuentro muy emocionante entre dos guerrilleros extraordinarios. Ya se conocían los dos, pues se vieron y lucharon este año en la misma valla sin que pudiera ninguno vencer al otro. Vueltos a encontrarse este día, no parecía sino que se recordaban y se temían. Ambos luchaban con desconfianza y procuraban burlar los ataques adversarios. El joselito hacía el trabajo con más perfección y pudo disparar y hacer blanco repetidas veces en la cara y cuerpo del trianero, que se deshacía por pillarlo, pero era en vano, ya que él, el joselito, no luchaba de frente, sino haciendo constantes y prolongadas salidas para echarse fuera de la zona de peligro. Sin embargo, enardecido el trianero, y cansado de tanto perseguir en vano a su contrario, le disparó por detrás sobre la marcha su primera batida y logró herir muy cerca del matadero. El peligro era inminente para el joselito, cuyo instinto le hizo redoblar sus precauciones para castigar sin exponerse. Pero aunque da con la espuela, no está a punto de profundizar o no tiene la suerte de pinchar en sitio decisivo. Por el contrario, al trianero se le presenta otra oportunidad y se va con la espuela sobre un ojo, dejando a su contrario de momento ciego y sin sentido. El pobre animal trata de recobrarse y se mueve sin cesar, mas el trianero es un gallo terrible de espuelas y lo destruye cada vez que intenta atacar. Terrible picada de oído sufre el joselito, y sin embargo se aguantó la repetición del mismo golpe de espanto, intentando hasta el final defenderse, tirando el pico, hasta que fue retirado a los 15 minutos 42 segundos de gran batalla. El vencedor, colorado de don Nicolás, es un gallo extraordinario”.
Gana San José las dos siguientes, destacando la cuarta riña: “Dos gallos magníficos. Hiere primero el joselito en el fondo del cuello del giro, por donde mana abundante sangre. Este va al desquite y lo consigue metiendo espuela. Los dos se hieren, pero surte efecto la primera picada del trianero y hubo que retirarlos a los 5 minutos 10 segundos”.
En la quinta, reduce de nuevo Triana con el giro “Periquito” de don Domingo Guerra, que tras un tiro a tiro toca al de San José a los 2 mm. y 8 ss., teniendo que ser retirado.
Curiosa fue la sexta, así reseñada por Montenegro: “El joselito, gallo jerezano, parecía ser magnífico, pero su pelear inocente, ya que levantaba la pechuga ante su contrario, dio lugar a que este le cortara de tal manera en un muslo que le impedía completamente ponerse derecho. Dando tumbos el pobre animal, se conoce que acertó a herir al trianero, hasta el punto que pierde las fuerzas. Sin embargo, ya al final el joselito estaba completamente derrotado, cuando, sin que este hiciera el menor disparo, se huye el trianero como alma que lleva el diablo. Dicen que alguien del público hizo la gracia de tirar una cajetilla de cigarros, la cual aterrizó sobre las varillas, muy cerca del animalito, que huyó espantado, seguramente por haberla tomado por un platillo volante”. Recordemos además que por aquellos años estaba de moda, venida de los Estados Unidos, la moda de ver platillos volantes.
La última fue la más rápida, cayendo tocado el joselito en revuelos, al minuto y los dos segundos.
En la portada del programa, advirtamos la publicidad de un gran aficionado, que en una época posterior tendría muy buenos gallos: el sastre Isidoro Puga.
Una foto para la historia
La foto que acompaña este artículo es una de las más bellas fotos gallísticas de la época. Pepe Palmero, que era idolatrado en Las Palmas, estaba presente en las peleas, pidiéndosele subiera a la valla junto a los cuidadores de Triana y San José. Pepe había ganado este año en La Palma por 12 riñas, de modo extraordinario. En la foto aparecen, de izquierda a derecha, don Rafael Guerra, con su pata de plata por haber sido suyo el gallo campeón, preparado por Alejo; el propio Alejo; Pepe Palmero; Pablo Amador con su copa de plata y una caja de ron miel Cocal; y, con su clásico habano, don José Araña, uno de los grandes aficionados de la isla, entonces en el partido de San José.

Una carta desde Cuba a Francisco y Pedro Dorta



Muy curiosa es esta carta, enviada por Daniel Bethencourt a Francisco y Pedro Dorta desde Palma Soriano, en Cuba.
Como sabemos, el padre de los Dorta era natural de la isla de la Madeira y se llamaba Arsenio Oliveira. Hombre serio y conocedor de las labores del campo, vivió siempre con Dorotea Dorta Martín, pero sin casarse, y de ahí que sus hijos no heredaran su apellido, que hubiera sido Oliveira Dorta.
Daniel Bethencourt –probablemente hijo de Juan Bethencourt, el casteador o propietario del “Ala Blanca”– le pide a los Dorta un “sagrado encargo”, no muy honesto que digamos: comprarle un gallo de casteo al criador, a escondidas del propietario. Lo que nos recuerda lo mucho que los casteadores han sufrido con aquellos a quienes les daban gallos para criar. Aquí en Tenerife conocemos, de estas, historias sobradas.
“Eloy el músico” debe ser Eloy Afonso, que tuvo muy buenos gallos en los años 10 y 20, sin ir más lejos preparados por Pancho en La Espuela.
Al final de la carta –que no transcribo por leerse muy bien–, Daniel Bethencourt evoca los célebres versos que los niños cantaban por las calles del Puerto de la Cruz tras las míticas peleas de mayo de 1908 entre el Puerto y la Villa, versos que Pancho recordaba con exactitud: “Mató Miranda a Cosmito, / Bethencourt mató al Picón, / Don Maximino al Negrito / Y Severiano dio un grito / Cuando el Banderín perdió”. Ya los comentábamos en esta misma página hace un par de meses. Daniel Bethencourt se equivoca con don Maximiliano, ya que era Maximino, y se ha olvidado de Maestro Severiano, de quien tanto aprendió el gran Adolfito.

lunes, 12 de septiembre de 2011

El Patas Pintadas

El Mazantini

Hermano de nido de Patas Verdes y de la misma echadura, remitimos a los lectores, para lo referente al origen de estos gallos, al artículo que publicamos en esta misma página el pasado 13 de julio. De color melado, fue llevado a la casa de gallos de la Nueva a los doce meses. Allí cuidaba Toño el Rebotallo. Su debut fue en el Circo Marte de Santa Cruz de La Palma.

Primera pelea. En mayo del 1992, sube por primera vez a la valla nuestro protagonista, a nombre de Miguel Lorenzo y casteado por Señoras García y Barreto, con peso 3-15. Su contrincante fue un retinto de Lope Acosta por la gallera de Tazacorte, donde cuidaba Maso León.
Ganó la pelea en 2:45, dando mucha espuela. Su costumbre era dejar ciego primero al enemigo y matarlo luego en el matadero. Ese verano del 92, fue soltado en la finca La Asomada.
Segunda pelea. En 1993 viaja a Lanzarote defendiendo a la gallera de Teguise, donde Toño militaba sus tropas. Enfrente se encontraba nuestro llorado Adolfo Santana (el Pichón), cuidando Arrecife en una época en que la isla conejera tenía la crem de la crem. El segundo sábado de pelea del mes de marzo, con peso 4-2, pero esta vez a nombre del niño Pedro Simón, se enfrenta a un gallino de 4-3, cuyo casteador era nuestro gran coronel Cabrera, en la asociación de vecinos Altavista de Arrecife. El Patas Pintadas volvió a hacer de las suyas. Lo hirió de tal forma hasta acabar con él.
Tercera pelea. Esta vez el 17 de abril del 93, en la carpa municipal de Teguise, se enfrentó a un pinto de Pedro González, de peso 4-0. Vuelve a dejar ciego y a coger de matadero.
Cuarta pelea. Tiene lugar en la Asociación de vecinos de Altavista, el décimo sábado del mes de mayo, con peso 4-0 Su contrincante, con peso 4-1, era un semigallo del coronel Agustín Cabrera. El melado se deshizo del semigallo en 4 minutos. Este año, precisamente, en la isla de Lancelot, ganó la temporada Arrecife con el Pichón, quedando mejor casteador Señoras García y Barreto y segundo casteador Agustín Cabrera Sánchez.
Quinta pelea. Subió por última vez a la valla, y lo tenía que hacer, cómo no, en su tierra natal, defendiendo esta vez a Tazacorte. El Patas Pintadas llevaba dos años sin subir a la valla, ya que estaba ejerciendo de padre. Por aquel entonces, Toño cuidaba a los bagañetes y Quico Acosta a Los Llanos Las peleas estaban muy igualadas, y en Tazacorte escaseaban los buenos gallos al final de temporada. Su casteador le comentó a su gallero si era necesario llevar al Patas Pintadas, y Toño, que lo conocía muy bien, dijo que sí. Toño lo pechó y dijo que una patada de este gallo valía más que la de cualquiera de los gallos que tenía en tanda. Peleó contra un colorado de Peña Canarias de 2 riñas.
La contienda duró dos minutos, y para su casteador fueron los dos minutos más largos en una pelea de gallos, ya que tenía 30 hijos suyos. El Patas Pintadas volvió a hacer sus diabluras, dejando ciego y matando de matadero.
Descendencia. Aunque ya el Patas Pintadas tenía varios hijos que hicieron de 2 a 3 peleas, aún hizo una liga con una gallina Cuatro Telas de Lanzarote, de Federico González, que dio un melado de 6 peleas y un retinto de 5 peleas. A los ocho años, el Patas Pintadas murió a causa de las placas, dejando tras de sí una descendencia por muchos años.


No tenemos foto del Patas Pintadas, por lo que al que vemos en la imagen es a su hijo, el no menos soberbio melado de seis riñas

Una carta de don Saturnino Pérez a Francisco Dorta




Tras la carta dirigida por el Marqués del Sauzal al “Músico”, hoy estamos en La Palma, donde don Saturnino Pérez, el más grande casteador y aficionado que ha tenido aquella isla (si no Canarias en toda su historia), le escribe al cuidador orotavense hablándole, por supuesto, de gallos. Es una pena que falte la primera hoja de su carta, pero como documento vale la pena sin duda conocer lo que ha llegado a nuestras manos. Puede datarse en el inicio de los años 20. Vicente Pérez, más conocido por Vicente “Parranda”, es recordado por Pancho en su lista de casteadores y en sus Memorias, donde recuerda la riña entre su “gran pinto” y “el Despolado”: “una pelea que puso al público en pie y que ganó el pinto pese a que tenía una herida de aire enorme”. Don Ángel debe ser don Ángel Capote, el célebre cirujano palmero, propietario del fabuloso “Capote” (que era un gallo regalado por don Saturnino, descendiente del “Romanones”). He aquí la transcripción de esta segunda página:
“Don Pancho, pues le diré que en el primer vapor que vaya directo a Tenerife le remito el gallo. Yo no lo mando en vapor que vaya directo al Puerto, yo le pongo a usted un telegrama un día antes [diciéndole] en el vapor que es. No lo mando en el Comercial porque va directo a Garachico.
Tampoco me dice en su carta si recibió la pollita que le mandé, la melada, junto con la que le mandé a don Vicente Pérez, que la de él era gira. También le diré que de los nueve pollos que tengo, si no se me desgracian y me salen machos, le mando el casar para usted y otro para don Ángel.
También usted me dice que me agradecía que le contestara, pues más pronto no podía haber sido, que hoy la recibí y hoy mismo le contesto.
Sin más que decirle quedo a sus órdenes su aftº s.s. Saturnino Pérez.
Posdata. Amigo Don Pancho, cuando reciba el gallo recibirá también una carta. Vale.”

Arrecife, 12 de abril de 1953


Volvemos al Círculo Mercantil de Arrecife de Lanzarote. Mientras que Alejo ha regresado a Las Palmas para cuidar el partido de Triana, Juan Jorge repite en el partido Norte, frente a Salvador Corujo, discípulo del “Picador”, en el del Sur.
Consta la temporada de solo siete jornadas, pero, como de costumbre a lo largo de esta década, con mucha emoción y rivalidad y muy buenos gallos. Juan Jorge acaba imponiéndose por 11 peleas, y además se consagrará en Las Palmas con el gran giro de 5 riñas don Rafael Ramírez, que peleó en la jornada 14 de la contrata entre Triana y San José, después de las siete riñas de rigor. El giro, escribió “Golilla Blanca” (o sea, Pedro Cárdenes), “con una talega llena de peleas” y “traído expresamente de Lanzarote”, “bípedo que maneja las espuelas y el arte de saber leer y escribir, se merendó al infeliz gallo trianero”. Para “Golilla Blanca” el gran desafío hubiera sido con el gran “Sacatripas” de tres riñas de don Ramón Rodríguez.
El precio de las localidades este día en el Círculo Mercantil era: 7 pesetas, butaca; 5, galería; 3, general; 1, media entrada.
Juan Jorge llevaba 4 riñas, así que con esta mantilla rabona (5-1 y una tabla) se proclamó campeón. Llevó cuatro gallos peleados, solo perdiéndole uno. En la primera riña subió a la valla el mejor gallo de la temporada, conocido como “Giro Bodegón”, ya que venía a nombre del Bodegón Gopar (propiedad del ex-cuidador Miguel Gopar). El casteador suponemos que era don Adolfo “el Tejinero”. Gana por cuarta vez, como el colorado de don Aquilino Fernández. Estos gallos se enfrentaron a sendos gallos de una riña, de grandes casteadores de la isla: don Andrés Fajardo y don Andrés Cabrera.
En la cuarta riña, gana un colorado de uno de los mejores casteadores grancanarios, el ya citado don Ramón Rodríguez. En la sexta puede proclamarse campeón Juan Jorge, pero el “Terry” de Casto Martínez –otro gran aficionado de las contratas lanzaroteñas– pierde ante un melado de don Andrés Fajardo. El alirón solo llega en la última pelea, con un giro de Pedro Rodríguez que no deja pasar la ocasión, frente a otro colorado grancanario, de don Nicolás Díaz Aguilar.
Esta temporada hubo una curiosidad: el 8 de febrero, en la gallera del Norte, sita en el número 10 de la calle Figueroa (casa de don Augusto Lorenzo) se celebraron unas riñas sueltas entre los partidos Este y Oeste, poniendo el programa que el cuidador del Este era “Conocido” y el del Oeste “Desconocido”.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Buenos aficionados


Esta foto fue tomada en un Campeonato Regional de los de ley, antes de su adulteración. En ella vemos a cinco buenos gallistas.
A la izquierda, Manolo Sánchez, aficionado de siempre de la Villa de La Orotava, y cuya afición, como es tan habitual, le venía de familia. Puntal del partido Norte, hoy castea con Felipe Reyes en la peña El Rincón.
Junto a él, Suso Yánez. Aunque natural de Santa Úrsula, se estableció en Gran Canaria. Allí cuidó temporadas magníficas en la gallera de Telde, derrotando en una ocasión al mismísimo Adolfo Santana “el Pichón”. Hombre y cuidador serio, es una pena no se haya dedicado a la cuida de modo continuado, pero ello no lo ha hecho merecedor de la estima y simpatía general de que disfruta entre la afición.
En el centro, siempre con un puro en las manos o en los labios, Juan Díaz, uno de los grandes casteadores de las últimas décadas en Tenerife. Hoy su hijo, Juan Antonio Díaz, sigue sacando junto a su padre muy buenos gallos.
Una montaña de humanidad se nos aparece luego. Se trata del boxeador López, quien, sin ser casteador, ha sido toda la vida un fervoroso partidario del partido Norte. Hombre muy cordial, pero ¡ojo!, a la vez con un “punch” como un pilón de acero.
Y por último, un representante de la afición grancanaria: Manolo Ruiz, casteador y cuidador aruquense y otro todoterreno de la afición de las islas.

Una carta del Marqués del Sauzal a Francisco Dorta



Iniciamos este miércoles la publicación de las cartas a Francisco Dorta que el Maestro conservaba y que su hijo, Orlando Dorta, nos regaló hace unos años.
Siguiendo un orden cronológico, la primera que tenemos es esta de don Bernardo Cólogan, Marqués del Sauzal, que fue el protector del “Músico” y un extraordinario aficionado a los gallos desde fines del siglo XIX hasta entrados los años 30.
Estamos en agosto de 1916. El Marqués se encuentra en un sanatorio de Madrid y desde allí le escribe a Pancho. La carta muestra el afecto paternalista de quien mucho estimaba al joven cuidador, afecto al que Pancho correspondía con una devoción que muy bien muestran sus bellas “Memorias gallísticas”, escritas ya en los años 60, o sea cuando ya está en el ocaso de su vida y aún lo recuerda con emoción.
Tiene Pancho ya 24 años. Ha cuidado en 1911 y 1912 en el partido de La Orotava –que dirigían el Marqués y don Osmundo Lercaro–, en 1913 en el de Garachico (donde preparó al “Mulato”) y en este mismo año de 1916, tras hacer el servicio militar, de nuevo en el de Garachico, donde se ha consagrado al ganarle por 3 riñas a su propio maestro, el gran Adolfito.
La carta va dirigida al “Sr. Don Francisco Dorta. Plaza de Franchy Alfaro. Orotava. Tenerife”. En esta plaza, más conocida por Plaza del Llano, estuvo, si es que aún no estaba, la gallera de la Villa.
Esta es la trascripción:
“Madrid. Agosto, 2, 1916.
Sr. D. Francisco Dorta. Orotava.
Apreciable Panchillo: con mucho gusto he recibido tu carta del 23 de julio pasado, que contesto hoy, deseando ante todo que tú y familia gocen de buena salud como yo les deseo.
Hace unos días que vengo mejorando de una enfermedad, y al mismo tiempo disminuyen los doctores, que antes apretaban de lo lindo; pero la mejoría es muy despacio y aún no sé cuándo tendré el gusto de verme en mi casa, que buenas ganas que tengo.
Ya sabía yo que estabas de gallero en Garachico y nada menos que frente al célebre Adolfito, y cuando lo supe tuve una verdadera alegría, pues ya tú sabes que siempre he tenido interés en que salieras un gallero formal e inteligente, como vas resultando. Por ello te felicito.
Cuando esté ahí, ya me contarás de las peleas y de los gallos que sobresalieron; no hay duda que en Garachico tienen buenas ligas y que son buenos aficionados.
Con recuerdos para tu madre se despide tu afto.
El Marqués del Sauzal.
P.D. Hazme el favor de saludar de mi parte a Juan Benigno”.
Recordemos que el Marqués del Sauzal fue quien persuadió al padre del “Músico” –quien ya en 1916 había fallecido– para que su hijo se dedicara a las lides gallísticas. Aquí le señala las dos cualidades que debe tener como cuidador: la seriedad y la inteligencia. Pancho le responderá que su deber es comportarse bien. De Juan Benigno nada sabemos, como no sea que en la carta de respuesta Pancho le dice al Marqués que se ha partido un pie...

Circo Cuyás, 6 de abril de 1952



A pesar de que el partido de Triana formó esta temporada un tándem con “el Picador” y Antonio Salud, nada tuvieron que hacer ante Pepe Palmero, que les sacó nada menos que 20 riñas de ventaja.
En esta jornada –la décima, pese a lo que dice el programa–, San José logró una mantilla, y Triana escapó al capote gracias a su último gallo. Los gallos de Pepe venían peleando fuera y entrando a picar, como tantas veces.
Bordaron la mantilla un melado noruego de cuatro peleas de Hernández López, un gallino pussy del mismo, un colorado de dos peleas nieto del “Pili” de don José Araña sacado por Manuel Frade, el “Rian-rian”, otro melado noruego de Hernández López y un pinto de Villegas.
De la primera riña escribía en “La Provincia” “Pata-Loro”: “Se pone en valla un giro, repetido, del castío de don Agustín Díaz de Aguilar, gallo que había hecho una pelea terrible y va a luchar contra un melado noruego, de cuatro peleas, de la raza de don José Hernández López. Fantástico gallo el de San José, tan pronto mete el pico, el giro sangra por un cachete, luego le coge la vista y lo tiende antes de los dos minutos de pelea. Grandes aplausos.”
Montenegro calificó de “riñas magníficas” la segunda, la cuarta y la sexta.
En la segunda, el gallino de don José Hernández López se las vio ante un gran contendiente, de otro de los grandes casteadores de la época, el teldense don Manuel Álvarez Peña. Como el gallino no podía despacharse a gusto (pese a haberle partido de entrada la caja del pico), se vio obligado a emplearse a fondo, destrozando a espolazos al colorado trianero. Esta pelea duró 9 minutos.
La cuarta riña es la que más nos interesa, ya que el gallo joselito era el “Rian-rian” de Villegas, ganando su tercer combate. Veamos el comentario completo de Montenegro:
“Cuarto combate. El más sensacional de todos. Un gallo extraordinario es este giro Rian-rian, que sabe pelear acomodándose a la táctica enemiga y que además mete las espuelas que es una barbaridad. Su contrario era también magnífico, y este es el mayor mérito del giro vencedor, pues a pesar de gravemente herido en la cabeza por dos ocasiones, no perdió la fe ni la batida ni la serenidad y viró patas arriba a su enemigo, a los 2 minutos, cuando ya le tenía destrozado a espolazos. Una gran ovación mereció el giro Rian-rian, conceptuado como el gallo más completo de la temporada”.
Y ahora el de “Pata Loro”:
“Colorado casteado por don Francisco Dorta, contra un giro rian-rian, de dos peleas, de la raza de don José Villegas, por San José. Se acometen con fiereza ambos bichos, y el trianero resulta cogido por un ojo, pero, gallo de fibra y de buena batida el colorado, al sentirse herido se destapa a picar tan terriblemente que deja herido en el cuello al giro; sólo que este rian-rian, gallo de los que entran pocos en valla, no se arredra, pica y bate con energías y antes del minuto dejó tendido al trianero por golpe al corazón, en medio de una frenética ovación.”
Los “rian-rianes” se llamaron así porque el médico don Francisco Hernández, al verlos pechar, dijo que hacían temblar la valla, hacían que la valla hiciera “rian-rian”. No decepcionaron luego, hasta el punto de que Pedro Cárdenes comenta que muchos fueron a parar a España, Panamá y Cuba como reproductores. En el DGC leemos:
“Los rian-rianes los pelearon en San José Pepe Palmero, Pablo Amador, Julián Castillo e Israel Vargas, a lo largo de los años 50. El primero fue la estrella de Pepe en la temporada de 1952. De él dijo Montenegro que era «un gallo muy difícil de vencer, pues conoce a la perfección el arte guerrillero, no sólo por su certera puntería, sino por su astucia al sortear las embestidas de los contrarios». Al año siguiente, ya con Pablo Amador en San José, escribía Pedro Cárdenes en su crónica de la décima jornada, cuando peleó un giro rian-rian: «Los jugadores le tienen pánico a los rian-rianes de Tamaraceite, y la bolsa baja. ¿Quién da veinte duros a doce? La emoción antes de soltar los gallos se hace sentir en la gallera. El trianero cruza la valla, y quiere comerse al joselito, y lo consigue metiéndole los espolones por los cachetes y cuello, lo que lo deja instantáneamente hinchado y torcido, pero los rian-rianes tienen que estar muertos para dar la pelea por perdida, y así lo demuestra; al meter el pico y batir, hace tambalearse al trianero, que pronto se baña en sangre, le sale a chorros, y se echa a las patas del Rian-rian» cuando este estaba materialmente moribundo. Gran ovación”. Uno de los mejores rian-rianes lo prepararía Julián, siendo hijo del “Rian-rian” (o sea, del primero) y de una malla blanca. Fuera de Gran Canaria, hay que destacar los que tuvieron los Sanfieles de La Palma”.
El “Rian-rian” de esta jornada volverá a subirlo Pepe Palmero a la valla al domingo siguiente, ganando su cuarta pelea, a un soberbio colorado de Agustín Díaz de Aguilar.
También dos minutos duró la sexta riña, acribillando y matando el pinto de Villegas al colorado de don Domingo Guerra.
Dos curiosidades. Los “pussy” de Villegas se llamaban así por el nombre infantil del hijo de don Ramón Rodríguez, o sea don Juan Rodríguez Drincourt, continuador luego de la afición paterna. Segunda: escribe “Pata-Loro” en La Provincia que “la nota simpática de dejar presenciar gratuitamente las riñas de gallos a los niños menores de 15 años le ha dado mejor color a las peleas”. ¡Qué lejos estamos de esta sociedad hipócrita de hoy! Y añadamos, por cierto que en aquellos años los gallos, el frontón, el boxeo, el fútbol, la luchada, el toreo, la vela latina, los galgos (véase la publicidad de estos en el Campo España) eran espectáculos todos repletos de público. Y dígasenos si no había entonces más gusto de vivir, más pasión que hoy, cuando la gente gasta horas y horas encerrada en sus casas ante el televisor o el ordenador, o se dedican a viajar de aburrimiento.